agosto 24, 2009

Mudez

A veces, en mi soledad, siempre me he preguntado cómo sería la mudez… Cómo sería el poder callar tus pensamientos no solo fónicamente sino internamente. Me hubiese gustado quedarme con la duda. Pero aún así a veces, creí volverme loco. Loco por no poderme expresar, y es que veréis mi voz, para mí, es lo más sagrado que tengo. Y eso que muchas veces deseé quedarme sin voz, no era del todo cierto, no lo deseaba con todas mis fuerzas, y es que no sabría vivir sin poder hablar o cantar.

De todas formas, decir esto me resulta extraño, pues disfruto de mi voz y de su sonido, de su eco en las grandes superficies y delante del micrófono.

Veréis, cuando uno padece mudez, su cabeza empieza a funcionar de otra manera, por que al no poder hablar, has de escoger las palabras exactas y redactarlas, siempre en su justa medida, para que no haya confusiones, puesto que la escritura carece de entonación.

De todas formas siempre detrás de tantas nubes mudas silenciosas en medio de una tormenta de truenos y rayos, siempre queda el pequeño rayo de sol que consigue filtrarse y poner un poco de paz y esperanza. O al menos esa es mi forma de verlo.

agosto 14, 2009

15 céntimos y un chicle de menta sin abrir.

Han de disculparme, pues, apenas recuerdo… Han de disculparme, pues apenas respiro… Han de disculparme una y mil veces, han de disculparme.

¿Podrán?¿Podrán perdonarme? Quizás no sea fácil, pero es todo lo que puedo rogar, ya ni me quedan fuerzas. Sólo me quedan 15 céntimos, un chicle de menta sin abrir y el recuerdo.

Él me acompañaba por la calle, me cogió de la cintura y me llevó como si fuera de cristal. Sonreía como ya nunca más volveré a hacer (No me tomen a mal, se me ha olvidado sonreír), y por cada dos pasos suyos yo daba un tercero para poder seguirle. Tenía la mano en el bolsillo y la otra en mi cintura, él me sonrió, cerró los ojos y suspiró.

Su respiración, su forma de mirar, con esos ojos grandes y profundos, esa necesidad de su tacto y su olor. La ansiedad con la que me llamaba silenciosamente. Sentir que le hacía falta (Disculpen otra vez, pronto entenderán), solía pagarme el capricho del chicle, o si había suerte siempre nos quedaba una piruleta para compartir.

Lo recuerdo esperándome. Llegaba sólo dos minutos tarde y él ya estaba impaciente (Añado que yo me moría por llegar). Y al despedirse un fuerte abrazo, hundía la cabeza en su camiseta y agarraba fuerte con ambas manos la espalda que tantas veces había reseguido con el dedo.La última vez que le vi me había revuelto el pelo y había depositado en la mano un chicle de menta y el cambio en monedas de cinco, unos 25 céntimos.

-¿Hoy no hay piruleta? –pregunté mirando el chicle.

Él sonrió se encogió de hombros y cogió de la palma de mi mano diez céntimos. Cruzó la calle. Sólo que la otra acera no pudo sentir la pisada de su pie. Todo fue deprisa, rápido. Él solo me miraba a mi cuando pasó el Seat Ibiza negro.

Sonreía mientras me dejaba con 15 céntimos, un chicle de menta sin abrir y el recuerdo (de su sonrisa).



Cuando hables, procura que tus
palabras sean mejores que el silencio.
Proverbio hindú

agosto 09, 2009

Confesiones de mi mejor amiga

-Cuando me mira sólo a mí, cómo diciéndome “sé lo que quieres”, cuando me coge de las muñecas e intenta ser el que tiene el mando…

Asentí brevemente, ¿qué más hacer?

-Cómo se muerde el labio, el peluche de ranita de su cama, ¡tan cómoda! –le brillaron los ojos- sus mejillas rojas al despertar con la mirada perdida… ¡Más bonito él madre! Cuando te pregunta “¿Quién?” y le respondes y él contesta “Qué quién te ha preguntado”… -suspiró- Su olor en la ropa, cuando me rehúye por miedo a perder el control, cuando me roza, o me dedica una caricia, o el simple hecho de que se manosee el pearcing, o cuando se mete la mano debajo la camiseta y se ve parte de su torso…

Esta ves suspiramos las dos. Cruel realidad.

-Cuando me acaricia el pelo mientras me besa, o me coge del hueso de la cadera, cuando aparenta sudar de mí y en el fondo me vigila y yo lo sé…

Entonces las palabras brotaron de mi boca:

-O cuando te hace estremecer mientras te hace el amor…

Qué pena que mi amiga no supiera que todo eso también lo había vivido.




Tres podrían guardar un secreto
si dos de ellos hubieran muerto.
Benjamin Franklin