agosto 24, 2009

Mudez

A veces, en mi soledad, siempre me he preguntado cómo sería la mudez… Cómo sería el poder callar tus pensamientos no solo fónicamente sino internamente. Me hubiese gustado quedarme con la duda. Pero aún así a veces, creí volverme loco. Loco por no poderme expresar, y es que veréis mi voz, para mí, es lo más sagrado que tengo. Y eso que muchas veces deseé quedarme sin voz, no era del todo cierto, no lo deseaba con todas mis fuerzas, y es que no sabría vivir sin poder hablar o cantar.

De todas formas, decir esto me resulta extraño, pues disfruto de mi voz y de su sonido, de su eco en las grandes superficies y delante del micrófono.

Veréis, cuando uno padece mudez, su cabeza empieza a funcionar de otra manera, por que al no poder hablar, has de escoger las palabras exactas y redactarlas, siempre en su justa medida, para que no haya confusiones, puesto que la escritura carece de entonación.

De todas formas siempre detrás de tantas nubes mudas silenciosas en medio de una tormenta de truenos y rayos, siempre queda el pequeño rayo de sol que consigue filtrarse y poner un poco de paz y esperanza. O al menos esa es mi forma de verlo.

agosto 14, 2009

15 céntimos y un chicle de menta sin abrir.

Han de disculparme, pues, apenas recuerdo… Han de disculparme, pues apenas respiro… Han de disculparme una y mil veces, han de disculparme.

¿Podrán?¿Podrán perdonarme? Quizás no sea fácil, pero es todo lo que puedo rogar, ya ni me quedan fuerzas. Sólo me quedan 15 céntimos, un chicle de menta sin abrir y el recuerdo.

Él me acompañaba por la calle, me cogió de la cintura y me llevó como si fuera de cristal. Sonreía como ya nunca más volveré a hacer (No me tomen a mal, se me ha olvidado sonreír), y por cada dos pasos suyos yo daba un tercero para poder seguirle. Tenía la mano en el bolsillo y la otra en mi cintura, él me sonrió, cerró los ojos y suspiró.

Su respiración, su forma de mirar, con esos ojos grandes y profundos, esa necesidad de su tacto y su olor. La ansiedad con la que me llamaba silenciosamente. Sentir que le hacía falta (Disculpen otra vez, pronto entenderán), solía pagarme el capricho del chicle, o si había suerte siempre nos quedaba una piruleta para compartir.

Lo recuerdo esperándome. Llegaba sólo dos minutos tarde y él ya estaba impaciente (Añado que yo me moría por llegar). Y al despedirse un fuerte abrazo, hundía la cabeza en su camiseta y agarraba fuerte con ambas manos la espalda que tantas veces había reseguido con el dedo.La última vez que le vi me había revuelto el pelo y había depositado en la mano un chicle de menta y el cambio en monedas de cinco, unos 25 céntimos.

-¿Hoy no hay piruleta? –pregunté mirando el chicle.

Él sonrió se encogió de hombros y cogió de la palma de mi mano diez céntimos. Cruzó la calle. Sólo que la otra acera no pudo sentir la pisada de su pie. Todo fue deprisa, rápido. Él solo me miraba a mi cuando pasó el Seat Ibiza negro.

Sonreía mientras me dejaba con 15 céntimos, un chicle de menta sin abrir y el recuerdo (de su sonrisa).



Cuando hables, procura que tus
palabras sean mejores que el silencio.
Proverbio hindú

agosto 09, 2009

Confesiones de mi mejor amiga

-Cuando me mira sólo a mí, cómo diciéndome “sé lo que quieres”, cuando me coge de las muñecas e intenta ser el que tiene el mando…

Asentí brevemente, ¿qué más hacer?

-Cómo se muerde el labio, el peluche de ranita de su cama, ¡tan cómoda! –le brillaron los ojos- sus mejillas rojas al despertar con la mirada perdida… ¡Más bonito él madre! Cuando te pregunta “¿Quién?” y le respondes y él contesta “Qué quién te ha preguntado”… -suspiró- Su olor en la ropa, cuando me rehúye por miedo a perder el control, cuando me roza, o me dedica una caricia, o el simple hecho de que se manosee el pearcing, o cuando se mete la mano debajo la camiseta y se ve parte de su torso…

Esta ves suspiramos las dos. Cruel realidad.

-Cuando me acaricia el pelo mientras me besa, o me coge del hueso de la cadera, cuando aparenta sudar de mí y en el fondo me vigila y yo lo sé…

Entonces las palabras brotaron de mi boca:

-O cuando te hace estremecer mientras te hace el amor…

Qué pena que mi amiga no supiera que todo eso también lo había vivido.




Tres podrían guardar un secreto
si dos de ellos hubieran muerto.
Benjamin Franklin

Premio y disculpas.

Kuka increíblemente me otorgó este gran premio, que yo nunca esperé recibir. Agradezco mucho que pases a leer amiga. QUe te sientes y escuches las noches estrelladas. Espero no desfraudarte.



Reglas:
1. Poner el premio.
2. Enlazar a la persona que te lo dio.
3. Elegir 10 blogs que premiar.
4. Informar a los elegidos mediante un comentario en sus blogs.

Elegidos:
1. Zunne en http://tvkillsbrains.blogspot.com/
2. Cora en http://tragedyinmysenses.blogspot.com/
3. Carla en http://mylovelyvintage.blogspot.com/
4. CryingIsay en http://elchipenmicabeza.blogspot.com/
5. Your game is over en http://completelydrunk.blogspot.com/
6. Issiuh en http://catarsisdeunaadolescenteprototipica.blogspot.com/
7. A en http://namelessmonsterx.blogspot.com/
8. Ana en http://alwaysxonmymind.blogspot.com/
9. Yessica en http://crossthelastdoor.blogspot.com/
10. Morphine en http://foorgetregret.blogspot.com/


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Debo comentar mi ausencia y parte de este regreso. He pasado dos semanas increíbles,
al lado de personas inigualables, con los mejores momentos y las mejores risas.
Escribiré sobre ello de eso estoy segura.

Solo pido perdón por el abandono temporal sin avisar.
Y deseo que muchos siguan leyendo esto.

La amadora del silencio.

julio 22, 2009

ilusiones en la oscuridad

12:33 A.M.

Cecilia abrió los ojos en la oscuridad. No vió nada, pero después, cuando sus pupilas se dilataron, consiguió distinguir formas y bultos en las tinieblas. La sabana cayó hasta su cintura reposando en sus muslos, y su pijama estaba remendado y no se distinguía el estampado frontal. Se apartó el pelo de la cara con una sola mano y entonces le distinguió entre las sombras.

La nariz respongona, y sus labios finos y curvados en una fina sonrisa, sus ojos marrones refulgiendo en medio de la oscuridad, la espalda apoyada contra la puerta del armario y las manos dentro de los bolsillos. Ese aroma tan característico de su piel impregnando la habitación y ese aire de aparentar saber todo lo que ella desconocía. Él estaba allí de pie, quieto, sin mover un solo músculo, con la respiración lenta.

Cecilia parpadeó un par de veces y sacudió la cabeza. Y él ya no estaba. Cómo cada madrugada que ella se levantaba presa de la necesidad de sus labios, alentada por cada poro de su piel que clamaba por una caricia más. Le cayeron varios mechones de pelo por la cara mientras trataba de reordenar sus pensamientos. Volvió a quitarselos con un gesto involuntario, y justo después se tumbó en su cama, de espaldas al armario. Notó su preséncia envolviéndola, acariciándola, consolándola.

Él estaba con ella, aunque no fuera de manera física.



Ama hasta que te duela.
Si te duele es buena señal.

Madre Teresa de Calcuta



julio 18, 2009

Esa sensación...

Y entonces sacudes la cabeza haces crujir el cuello y suspiras.


Oh, perdón, debería empezar mucho antes de esa sensación, pero tú que estás ahí entenderás porque esa sensación es la que más me llena. Es saber que detrás de una cortina hay personas que claman tu nombre, y quieren lo mejor de tí. Sé que quizás nunca debería haberme metido en esto, y si digo nunca, por que es lo que realmente creo. Sólo esa sensación de mover los pies como un boxeador a punto de entrar en el ring, con la gorra tapando la mitad de tu cara, una toalla en el hombro y las manos crispándose en el aire.

A cambio de esa sensación, he renunciado a mi familia, ya no veo a mi madre ni a mi padre, mis hermanos no quieren saber nada de mí, mi novia me dejó por que encontró a otro que si la quería, no me malinterpretéis pero nunca llegará a ser como ella (la música), mis amigos me dejaron tirado, ahora tengo solo sucedáneos. En un mundo donde gobierna la hipocresía, donde los niñatos de papà pagan por salir en la televisión, y gana el mejor farsante.

Vuelvo a hacer crujir el cuello, y miro al techo, toco la visera de la gorra con dos dedos, golpeándola un poco hacia arriba y suspiro, es la hora.

Que pena que la heroína no me permita acordarme del espectáculo cuando me despierto al día siguiente.




Sueños de pecera con agua tras el cristal.
Shotta - Mc sevillano, poeta andaluz.

julio 13, 2009

Magia

magia.

(Del lat. magīa, y este del gr. μαγεα).

1. f. (..)

2. f. Encanto, hechizo o atractivo de alguien o algo.




Él, ella,los besos y las caricias, la culpa y la pasión. Él y ella.


Él siempre iba con su gente, él tenía su gran pasión por la música, solía tocar la guitarra en su cama, con la espalda en la pared y las cuerdas temblando pinzadas por la púa. Él tenía ese encanto bajo sus anchas ropas.

Ella era excéntrica, rodeada de los de su clase, solía vivir pensando que algún día alguien escucharía lo que ella le tenía que decir al mundo, ella era ese fraseo interminable de la base. Con su pelo cardado y su maquillaje abusivo en su cara de porcelana.


Encajaban tan bien, anhelaban tanto un ser tan híbrido como ellos mismo. Encajaban sus cuerpos, y se transmitían calor, ella disfrutaba perdiendo sus manos en esas ropas, y él solo pensaba en el roce de sus labios de rojo carmín.


En esos momentos, el caos que reinaba en su vida, las largas explicaciones del día a día, desaparecían, y dejaban atrás las ropas y las etiquetas dejaron hablar a sus labios y sus caricias, deslizando las yemas de sus dedos. ¿Cómo describirlo? Magia.


Magia que confluía y dejaba ese aroma de victoria impregnando en las sabanas, esa sensación de libertad.






Establecemos reglas para los demás
y excepciones para nosotros.

François de la Rochefoucauld

julio 07, 2009

El armario que no rechinaba

La camiseta del Mikey Mouse que antes lucía una sonrisa jovial e infantil, ahora mostraba una mueca de dolor y horror, estaba despedazada casi por completo, y debajo solo llevaba unas braguitas. Su torso, sus brazos, sus piernas y su cara estaban llenos de rasguños, y estaba encogida en el rincón de la habitación. Las paredes eran lisas y blancas, con millones de pintadas en negro, y solo había un ventanal con unas cortinas amarillentas por culpa del tiempo, que ondeaban haciendo un frufrú que rompía el silencio de su llanto.

Las paredes llenas de pintadas negras, todas la martirizaban, tenía los ojos cansados de llorar y rojos, y la cabeza solo tenía lugar para las voces y los chillidos. Su cuerpo temblaba, y sus hombros no paraban de estirarse y contraerse con el llanto.

En la otra punta de la sala había un armario empotrado, sus puertas no hacía chirridos, y tampoco era una puerta fea, pero estaba llena de arañazos, llena de sus marcas, de puñetazos astillas desechas, y que habían destrozado las yemas de sus dedos y sus uñas que ahora estaban llenad de pequeñas astillas y pequeños coágulos de sangre. Tenía tantas marcas cómo las de la pared. “Tú”, “MONSTRUO”, “¡Los has matado!”, las paredes no paraban de recordarle todo. Ella los había arrojado a ese armario que no paraba de llamarla, ella los había matado.

-¡No! ¡No los he matado!-gritó encogiéndose más sobre si misma.

Luego rió locamente. Cuál loca se arrastró hasta la puerta del armario gateando, sintiendo sus heridas aullar de dolor. Se recostó en la puerta y rió de nuevo, escandalosamente.

-Si os maté yo, por que era demasiado cobarde… -musitó con voz débil- ¡Yo los maté! –gritó a la puerta arañándola con ambas manos.


Siguió gritando y arañando la puerta, siguió llamando a la oscuridad, lamentándose a ratos, y riendo locamente a otros. Aunque la puerta del armario no rechinara, aunque los miedos no fueran aparentes allí estaba ella, después de haberlos matado, riendo locamente tendida sobre el suelo después de haber arañado sin cesar la puerta.


Para quien tiene miedo, todo son ruidos.
Sófocles
- Poeta trágico griego.

julio 04, 2009

Mi miedo a esas escaleras.

Tenía cinco años, cinco preciosos y hermosos años, aún llevaba mi osito Bubu en la mano pegado fielmente, testigo de mis aventuras por todos los pasillos y las habitaciones de mi casa. Era esa época en la que un niño mezcla las cosas inteligentes, con sus sueños. Sólo tenía cinco años.

Recuerdo cuando mi abuela me reclamaba y me daba un tirón en la mejilla recordándome lo adorable que según ella era. La casa de mi abuela olía a vainilla, aún tiene ese olor de los ambientadores con esa fragancia. Los muebles eran antiguos y en las paredes miles de cuadros me miraban conteniendo los secretos de mi abuela por la pintura. Adoraba cuando daba la luz del sol en la fachada y por las ventanas entraban los rayos de sol, con los visillos ondeando. Bubu también solía gustarle esa casa.

Y digo solía porque él, y hemos de admitir que también yo, odiábamos cuando el sol se ponía, y esa casa encantadora, se convierte en la casa de los cuentos del terror.

Yo tenía mi habitación allí, en el piso de arriba, una cama confortable y poco más. No solía ir a dormir, pero si me quedaba comodidades no me faltaban, aunque lo recuerdo todo bastante austero. Pero lo que si recuerdo es abrazar a mi compañero al que le habían cosido la pata dos veces después de que el perro jugara con él. Pero a lo que más miedo tenía(mos) Bubu(y yo),era a la escalera que baja del primer piso a la planta baja, de mármol negro, incierta, de la cual nunca se veía el peldaño que bajaba, Tanteaba varias veces con el pie para bajar. Confesaré que siempre he tenido miedo a la oscuridad, sin embargo nada era como aquello, de noche, las tinieblas envolvían las paredes los cuadros que de día parecían sonreír, ahora parecían mostrar una mueca de terror cínico. Temía que de pronto una mano huesuda, como las de la televisión, surgiera en el peldaño siguiente y una sonrisa maltrecha y desfigurada brillara entre la negrura. Tenía miedo de ver unos ojos rojos brillando en la oscuridad. Tenía miedo de mis pesadillas.

Pero después de todo tenía solo cinco años ¿No?


No hay peor miedo que
el que construye uno mismo
(Anónimo)

julio 02, 2009

Roger y Nella.

Ella intenta borrarle, sustituirle, pasar las canciones de amor de una noche de verano, pero él vuelve. A cada paso a cada aliento. Ella está cansada de huir, de temer al dolor. Ella no sabe cómo enfrentarse a todo sola, ella no quiere enfrentarse a todo sola.


Nella, la chica, quería a Roger con todo su ser, Nella quería una noche más, compartir un beso más. Roger solo quería un juego audaz, un juego tranquilo y pausado del que sacar todo el beneficio. Roger quería ganar la batalla y Nella le estaba dejando. No porque quisiera el dolor, la desolación, la soledad, si no porque por cada poro de su piel resonaba su voz, por cada mirada evocaba un encuentro de sus labios, por cada recuerdo había un cristal clavado en su corazón. Nella amaba a Roger, él sin embargo quería a Nella como una estrella fugaz de paso, algo que queremos y queremos ya, pero luego una vez obtenido lo deseado, las cosas vuelven a ser como antes. (o al menos en principio.)

Y pasó... Sus miradas se entrecruzaron, sus respiraciones se agitaron, sus labios de fundieron y las palabras sobraron. Nella se sintió completa por un momento y Roger se sintió feliz de haber logrado su estrella fugaz.

Después, después no quedó nada, salvo un triste adiós, un corazón vacío y otro que buscaba una nueva estrella fugaz. En el fondo Nella sabía que su corazón estaba sentenciado a la muerte desde el mismo momento en que los ojos de él se posaron ella, pero moriría una y mil veces más, por él y sus caricias, para sentir de nuevo ese estremecimiento cuando los labios de Roger tocan su cuello, y el dolor... Ese dolor que aunque doliera viniendo de él era tan dulce. Tanto.


En un beso, sabrás todo lo que he callado.
Pablo Neruda

junio 28, 2009

Plástico.

Sensación de calor, de placer, de éxtasis.

Sensación de vivir, de soñar, de sentir.


Querido Diario,

No sé ni siquiera por que empiezo un diario, mi mejor amiga dice que es de niñas pijas y repipis, pero bueno aquí estoy.

Querido Diario,

Abro la primera página y lo primero que pongo es que le echo de menos.

Querido Diario,


Estúpida muñeca, estás vacía, las páginas de tu diario están llenas de su nombre, de corazones, de perfumes y fotos. Tu diario está lleno de lo que tú misma lo estás, de mierda. Eres una muñeca muerta… ¿Sabes por qué? Porque tú estabas en tu envase, en tu mundo, en tu cajita esperando a ser cogida de tu estante. Una mano se alargó hacia ti, te cogió y te meció entre los brazos. Te llevó a su casa y te colocó en una estantería antes de abrirte.


Había un montón más de muñecas en el estante, pero tú te sentías especial. Estabas ahora, eras el presente y tú sonreías. Estúpida muñeca, miraste a las demás con superioridad, pasaste de largo llegaste y él empezó a jugar contigo, te daba amor, te llamaba, te hacía reír, te llevaba de aquí para allá, te prometía millones de cosas, miles de ilusiones.


Y ahora mírate, estás otra vez en el estante. Él te ha colocado allí en el rincón del olvido, ya se cansó de su muñeca nueva y vuelve a jugar con las demás. ¿Pensaste que eras especial? ¿Qué podía amar a un montón de plástico sin cerebro? Eres el producto de un montón de sueños rotos.





La esperanza es el sueño

del hombre despierto.

Aristóteles

junio 15, 2009

Por una mirada un mundo.

Patricia seguía caminando. Los arbustos bajos con las hojas puntiagudas, le rozaban las piernas desnudas. Apartaba las ramas más bajas del espeso bosque con las manos, que estaban llenas de rasguños y arañazos. Sus pies llevaban las zapatillas de gato negro de andar por casa. La camiseta ancha empezaba a romperse, volaba, hinchándose con la leve brisa que pasaba. Llevaba el pelo recogido en un moño alto y seguía avanzando con decisión.

La negrura de la noche sólo dejaba pasar algunos débiles e inciertos rayos de la luna que brillaba por encima de las copas de los árboles, llena y preciosa. Las colinas franqueaban el bosque y en el medio, como hecho por las más exquisitas ninfas, se hallaba el lago natural. Las flores cercanas, la fauna y la flora del lugar. Todo parecía frágil de cristal. Precioso y sobre todo mágico.

Era la segunda noche que Patricia salía de noche de su casa, a las afueras del pueblo, junto al borde del bosque. Era la segunda noche que ella, sentía la curiosidad. La primera noche había sido todo muy rápido. Casi se había perdido, a pesar de cómo le había indicado una amiga, debía dejar siempre la Osa mayor a su derecha. Debía caminar hacia el oeste. Tardó varias horas en llegar al lago. Su presencia allí fue rápida. Sin embargo le venció la curiosidad. Esa noche, la primera, Patricia miró en el lago. Allí un chaval se recostaba en una piedra lisa y que resplandecía bajo la luna casi en plenilunio. Él era hermoso, no era uno de los patanes del pueblo. Tenía el pelo azabache profundo recogido con unas trencitas, sus labios eran finos y esa noche estaban curvados con una débil sonrisa, estaban adornados con dos bolitas en el labio inferior. Su nariz puntiaguda señalaba a la luna y sus ojos cerrados parecían contener el más bello de los iris. Su torso estaba alumbrado por la luna y parecía resplandecer con cada célula de su piel. El agua cubría hasta su cintura de su musculado torso.

Patricia admiró al joven que no se percató de su presencia, y si lo hizo no lo demostró. Ella los días siguientes no paró de pensar en el muchacho. Suspiraba en clase, recordaba la manera en que la luna brillaba sobre su cuerpo tan bello.

La segunda noche después que Patricia fuera al lago sintió deseos de ver aquel que poblaba sus pensamientos. Se colocó solo las zapatillas y salió. Iba en pijama pero no le importó. Sólo iba a mirar, a echar un vistazo. Solo querría verlo de lejos y volverse a casa. No dejó que nada le detuviera y buscaba la estrella dejándola siempre a su derecha. Caminó rápidamente, con pasos seguros y ligeros. Pronto alcanzó el límite del bosque y vislumbró el lago.

Miró directamente pero no vio al joven, la roca estaba desierta. Patricia frunció el ceño y miró por los alrededores. Una sombra parecía por el lindar justo enfrente de ella. La muchacha se escondió detrás de unas zarzas con cuidado sacando un poco de la cabeza ayudándose de la oscuridad. El joven caminó a paso ligero hasta el borde del lago y sonrió alzando la cabeza hacia la luna. Llevaba una camisa fina de algodón muy ancha desabrochada y unos pantalones finos de lino negro. Sonrió para sí mismo y se quitó la ropa.

Patricia se encogió en su escondite. Se tapó el ojo avergonzada, queriendo dejarle algo de intimidad al muchacho, si eso era posible puesto que le estaba espiando a escondidas. Cuando la muchacha volvió a abrir los ojos él ya estaba dentro del agua nadando libremente.

Durante la siguiente hora el muchacho nadó y después volvió a recostarse en la piedra donde ella le había visto por primera vez. Estaba tan cerca. Tanto. Patricia respiraba lentamente tenía la cabeza ladeada para poder verle. Él volvía a mirar a la luna y cerrando los ojos. Ella lamentó no ver esos ojos que pretendían tener toda la luz que nunca había visto. Patricia quería acercarse, pero no se atrevía, estaba tan indefensa, se sentía tan pequeña en esa situación, se movió unos milímetros y sin hacer ruido volvió a moverse un poco. Esta vez el pie hizo crujir una rama. Patricia maldijo por lo bajo y él giro la cabeza hacia las zarzas. A contraluz no pudo distinguir sus ojos. Él sacudió la cabeza y volvió a cerrar los ojos con calma. La muchacha suspiró y se deslizó un par a de zarzas más cercanas a él y Patricia tuvo la sensación que el aliento se le congelaba. Volvió a moverse y las hojas y las ramas crujieron de nuevo bajo sus pies.

-Se que estás ahí, ya puedes dejar de esconderte –su voz masculina era muy dulce con un tono grave y a la vez meloso.

Patricia se quedó congelada y sacó medio cuerpo de detrás de la zarza y le miró. Se sintió estúpida de pronto y echó a correr. Él la vio irse, había visto en sus ojos almendrados y grandes el miedo y la fascinación. Su cara aniñada y sus rasgos delicados. Parecía de cristal y sin embargo ella huía de él.

La chica no volvió la noche siguiente, ni a la otra. La había descubierto, se sentía avergonzada por espiar alguien ajeno del cual no sabía el nombre. Sin embargo después de unos días empezaba a crecer de nuevo la curiosidad y las ansias de volver a oír su voz. Sin embargo la cuarta noche después de su encuentro la curiosidad la venció de nuevo. Volvió a salir precipitadamente. Volvió de nuevo con sus zapatillas de gato y su camiseta ancha de la kitty. Esta vez llevaba el pelo suelto cayendo hasta los hombros. Sus ojos estaban inundados de curiosidad y la fascinación que el ya había deducido.

Lo encontró de nuevo vestido igual a punto de entrar en el lago cuando ella salió a la luz de la luna. Él la examinó y siguió su rutina. Se desnudó y esta vez Patricia no se tapó los ojos. Nadó y nadó hasta que al cabo de una hora volvió a recostarse sobre la misma piedra. Patricia estaba sentada unos cuantos metros más allá con los pies dentro del agua. Y las zapatillas en su regazo. Ella le miró seguía con los ojos cerrados.

-Pensé que la última vez te asusté y no ibas a volver –dijo él.
-A mi no se me asusta tan fácilmente –contestó ella.
-Patricia, te llamas así ¿cierto? –preguntó sin moverse y ella frunció el ceño.
-Si me llamo Patricia, pero yo no sé cómo te llamas ni quién eres.
-Thomas –aclaró el simplemente.
-Thomas, ¿Qué haces aquí bañándote a estas horas de la noche? –soltó ella del tirón.
-La curiosidad mató al gato.
-Ya lo sé pero no logro entender que haces aquí –Patricia miró el reflejo de la luna menguante en la superficie del lago.

Se hizo el silencio y la muchacha no notó nada hasta que él se sentó en la orilla del lago a su lado. Patricia levantó la cabeza y se giró hacia él. Fue entonces, y solo entonces, cuando comprendió por que le fascinaba ese joven.

Sus ojos eran maravillosos, ni muy grandes ni muy pequeños, ni muy ovalados ni muy rasgados. Con cierta tendencia a parecerse a los de un gato, Sus iris eran de un marrón almendrado. Y lo que más le fascinaba a ella era que parecían brillar por si solos. Como dos grandes soles que alumbraban a su paso. La envolvían con su calor y la ataban a mirar en lo profundo de sus pupilas. Esos ojos que tenían tanto brillo y tanta profundidad. Patricia quiso perderse en ellos perderse en su mirada. Para no salir nunca.

Comprendió que esos ojos iban a perseguirla en todos sus sueños.




Por una mirada, un mundo;
por una sonrisa, un cielo;
por un beso... yo no sé
qué te diera por un beso.
Rima XXIII G.A.Bécquer

junio 09, 2009

Pandora, la infame.

Nunca creí que alguien pudiera hacer tanto mal. Ella amaba, si podía decirse así, el dolor. Quería y deseaba desatar el caos a su alrededor. Le gusta ver como la gente ruega y tiene fe en algo etéreo.
Pandora tiene los ojos más oscuros del mundo, tiene la oscuridad y el brillo de la muerte en sus pupilas. Su cabello es cambiante pero sin embargo siempre resulta liso y agradable al tacto. Pandora, la llamaban, Pandora.


Ella vagaba por las calles mirando por encima del hombro. Desea el poder, escala, lo extiende, siembra semillas a su paso. Todo acaba por matar la armonía cuando ella se hace presente. Ella te obliga a mirarte en un espejo y llorar. Le encanta sacarte tus defectos, le encanta ser quién es.


Cambiante, de aquí para allá, interesada se alía con el poderoso y malévolo que le deje llevar a cabo sus planes.


Pandora es en sí misma un caos. Le gusta pasearse por el campo y ver como marchitan las rosas a su lado.

Pandora es las bombas, las guerras, las matanzas, es la voz que te incita al suicidio, homicidio. Es aquella que te impulsa. Ella es la maldad, el blanqueo, el contrabando, ella es el once de septiembre, el once de marzo, ella es la amada de Lucifer.


Sin embargo ella también sabía amar.




Darme un punto de apoyo y movere el mundo Arquímedes.